domingo, 28 de abril de 2013

Diario de una ascensión inacabada.


Bueno, haciendo un poco de limpieza por mi pc, he encontrado un texto que realice hace ya algún tiempo, pero que nunca me dio por ponerlo en ningún lado. este texto narra una de nuestras pateadas de fin de semana. Ese día, de primeros de año, intentamos Monte Perdido.
digo intentamos por que no pudimos hacer cima, os dejo con ello, que creo que me quedó bonita.


Diario de una ascensión inacabada.

Estamos en el día 3 de enero de 2011. La mañana es fría, pero no tanto como viene siendo normal para estas fechas. En Monzón tendríamos unos 8 grados a las 8:00 de la mañana. Aun así no nos desanimamos y ponemos rumbo norte hacia Ordesa. Cuando llegamos a la pradera, en cambio, la temperatura había descendido pero no demasiado. Unos 4 o 3 grados debía hacer a la sombra. Los habitantes bovinos de la zona, no querían que llegáramos a nuestro destino. Pero nuestra persistencia y cabezonería ganaría a tales animales.

La pradera, estaba cubierta por un elegante y gélido manto blanco, que tapaba la extensión de verde hierba que suele haber en este lugar. Debido a las bajas temperaturas pasadas las noches anteriores y la multitud de personas que emprendían la marcha normalmente hacia “cola de caballo”, la nieve prensada por las pisadas de los senderistas había convertido en el camino en una pista de patinaje.

Nada más empezar a caminar, comienzan las primeras risas del día (para variar), alguien se precipito rápidamente al sue
lo. Como si buscara algo entre la nieve y el hielo.
El camino se hacía impracticable en algunas zonas, más que nada en las de subida. El hielo nos hacía patinar con lo que conlleva que nuestro paso fuese más lento de lo habitual. A esto, decidimos echar mano de material técnico.

Una vez con los crampones en las botas, ya era otra cosa. Excepto por uno de nosotros que tenía problemas con estos. Llegamos aprisa a las gradas de soaso y a cola de caballo.
La verdad que nos llamaba bastante la atención, la de cascadas de hielo que había en el lugar.

Tras un alto en la marcha, paramos a los pies de la “Cola de caballo” para tomar un refrigerio y mejor aún, comer que ya era hora. Y como dice David, nosotros somos personas de horarios.

Así que tras esta pequeña parada técnica, nos disponemos a subir las Clavijas de soaso. Este paso de cadenas, no es muy peligroso pero con el peso de la mochila y con todos los zarrios que llevábamos se hacía molesto pasar por aquí. Sin olvidar el hielo que había.

Pasadas ya las 4 de la tarde, llegamos al refugio de Goriz, El cual está en
remodelaciones y nos atienden dos guardas. Estos al quedar sorprendidos por la posesión de la federativa del 2011 (que nadie la tenía aun) nos ofrecieron cama e
n la habitación Marboré. En la que compartimos estancia con 6 personas más. Dos alicantinos, dos gallegos, dos madrileños y nosotros cuatro. Que podríamos haber jurado haber pasado la noche con una manada de osos.

Al anochecer, comienza el ajetreo. Mientras estamos cocinando unos ricos tallarines a la carbonara. Una mujer, al parecer una de los dos gallegos, llega sola al refugio. Grita y pide socorro para su compañero, el cual según dice, ha quedado lastimado en una de las laderas del Taillon. Enseguida uno de los dos guardas se pone en contacto con los grupos de rescate del GREIM. Al ser de noche, el helicóptero no puede volar, entonces el operativo sería difícil porque se tendría que desplazarse a pie. Suerte que a la hora más o menos, aparece un hippie gallego. Tan campante y con ganas de cenar. Por lo menos no le ha pasado nada.

La noche como puede imaginarse fue un infierno. La tormenta esta vez no era con gotas de lluvia pero, truenos y rayos ya se oían unos cuantos. La orquesta sinfónica del lugar se hacia la dueña de la habitación, y allí no había quien pegara ojo. Hasta que por cosas del destino y del cansancio, el sueño se hizo presa de nosotros.

Pi pipipiiiii…
Las 5 de la mañana. Una sensación de no haber pegado ojo en toda la noche y el frio que hay fuera de los sacos de dormir, tientan a quedarse caliente y tumbado. Pero nuestro propósito es claro y nos levantamos para comer algo y vestirnos rápidamente. Pues debemos salir muy pronto. Ese día éramos los únicos que íbamos a intentar la cima.
Sin mapa, con una mochila con los vív
eres necesarios y con más ilusión que sueño, nos disponemos a encarar las empinadas subidas del Monte Perdido con solamente la luz de nuestros 3 frontales (si, tres, aunque fuéramos cuatro).

La nieve estaba muy dura a esas horas de la noche, pues las 5:45 debían de ser, y estaba cayendo una buena helada. La ventisca hacia que el detenernos sea horrible, el frio que traía esta, te calaba hacia dentro y se te helaban hasta los huesos.
Las primeras luces del día nos sorprendían en una pequeña llanura, en la que habíamos perdido la huella de los que lo intentaron el día anterior. Tras dar unos rodeos, nos la jugamos a subir por una ladera bastante vertical. En la que los crampones y el piolet eran nuestros únicos compañeros contra la dura nieve.




Cuando llevamos unos 50 metros en la vertical, se oye un grito en los puestos de detrás. Un
o de nosotros cae unos 20 metros hacia abajo. La mala utilización del piolet, que no lo llevaba bien agarrado/colocado junto con unos antiguos crampones que en el momento menos oportuno se desencajaron de su bota, esta calló con la buena suerte de que con el crampón que le quedaba y a base de hundir las uñas en la nieve helada se detuviera a pocos metros de otro compañero, que al suceder esto, intento cavar un hueco en la nieve para poder colocar bien todo y volver a mentalizar al accidentado. El cual no se llevó más que un mero susto.

Durante un cuarto de hora, los otros dos integrantes del grupo, estaban arriba sin saber nada de los otros dos.
En el final de una pequeña arista, donde la ventisca pegaba con fuerza. El frio era insoportable, las yemas de los dedos de las manos y los dedos de los pies ya empezaban a tener el cosquilleo del azote del frio. Empezaron a intentar cavar un agujero en la nieve pero, sin resultado. La nieve se cavaba bien, pero no había espesor suficiente como para resguardar a estos dos compañeros. Por lo cual el acacharse y esperar era lo único que les quedaba a estos dos.

Cuando todo el grupo estuvo reunido de nuevo, pusieron en común lo ocurrido en la parte baja de la pendiente. La tardanza o demora de estos dos, venia dado por que el crampón del accidentado no se podía poner en su sitio, y tras pocos pasos, al hacer fuerza para hundir este en la nieve, se salía.

A estos problemas le debemos sumar el problema psicológico del miedo. Pues esta caída podría haber sido dura y haberse hecho algo de daño. No quería continuar.
Eran las nueve menos algo, no recuerdo exactamente cuánto. Habíamos tardado mucho en hacer este recorrido.

Era el momento de hacer balance. Si subíamos lo que nos quedaba de ascensión, se nos haría tarde y ya no podríamos bajar al coche. Por lo cual teníamos que pasar otra noche más en el refugio, cosa que no teníamos en mente en un principio. Y además, lo más duro, dejar que el cuarto integrante de nuestra expedición se diera la vuelta solo.(cosa que no podíamos hacer).

O por el contrario, retirarnos por esta vez y no dejar solo a nuestro compañero ante los peligros de la montaña. A esta decisión le sumamos el poder llegar a casa a una buena hora. Sin que se hiciera de noche. Pues las clavijas o algún paso parecido hubiera sido difícil orientarse y bajar en plena oscuridad.

Así que la decisión no era fácil, pero la amistad pudo a la codicia y dimos media vuelta. No sin antes jurarnos que lo volveríamos a intentar y lo lograríamos más adelante. Pero eso ya será otro día… Después del periodo de exámenes.


06/01/2011

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